miércoles, 2 de febrero de 2011

Educación vs. Tecnología




Vivimos en un mundo donde la tecnología está por todas partes: preparamos nuestros alimentos, nos comunicamos, mejoramos nuestra calidad de vida gracias a la tecnología. Esto implica también, incorporar las tecnologías de la comunicación al campo educativo. En esta “selva” es posible sobrevivir no por ser los más fuertes sino los más adaptables; es decir, que nos acomodemos mejor con las tecnologías, aprender a hacer un buen uso de ellas. Ya no solamente usarlas sino apoderarse de ellas. Un empoderamiento que nos permita al mismo tiempo, seguir aprendiendo.

Ya no podemos decir que aprendimos y ahí concluye, sino, asimilar el nuevo reto de seguir adquiriendo nuevas competencias: “aprender y reaprender” constantemente, aprender a cambiar y eso incluye que como docentes, tenemos nuevos escenarios y nuevos roles, pues ya son nuevos los aprendices con los que nos toca trabajar cada vez. Admitir que el conocimiento viene con fecha de caducidad y hay que renovarlo constantemente.

“Educamos a generaciones, a ciudadanos para el siglo XXI” sí, pero ¿acaso el currículo no es el mismo en esencia al del siglo pasado o quizás más atrás? Si son nuevos escenarios, nueva tecnología que seguirá innovando y cambiando, también serán nuevos retos que deberán afrontar nuestros estudiantes de hoy, sin embargo en los colegios no se les forma capacidades gerenciales, emocionales, críticas, creativas, interpersonales, en ciencias de la salud, cuidado del ambiente, de prevención,  entre otras. No olvidemos que la misión de la educación es preparar y dar herramientas a nuestros jóvenes para enfrentar con garantías la vida que tienen por delante. Entonces, nos hacemos la pregunta ¿estamos preparando realmente a nuestros jóvenes para enfrentar con éxito lo que les depare la vida futura, aún con sus inciertos y posibilidades? Pregunta cuya respuesta todos los involucrados somos los responsables, desde los padres de familia, educadores, autoridades y comunidad en general.

El primer problema que se nos presenta es: QUE pretendemos que aprendan los jóvenes y surge luego el segundo problema: COMO tratamos de que aprendan. ¿Por simple transmisión de conocimientos?, ¿llenándolos de mucha información para asegurar así su “ingreso” a la Universidad?, ¿haciéndolos estudiar en doble turno la cantidad de asignaturas especialmente las matemáticas pues eso es mucho más importante que otros cursos, mucho más sino logré “aprobar” satisfactoriamente? Nosotros los adultos, hemos comprobado que lo enseñado en las aulas del colegio y luego en la Universidad, dista mucho de la realidad con la que luego nos enfrentamos. Pareciera que nada nos es útil para resolver los verdaderos problemas que nos toca afrontar, y más si son relacionados a nuestras habilidades personales y no intelectuales.
La sociedad exige ciudadanos con determinadas capacidades que no las adquirimos en las instituciones educativas o universidades: de análisis, síntesis, crítico, resolución de problemas, etc. y si eso no ocurre en las aulas, entonces dónde las adquirimos y cómo las adquirimos.

Recuerdo a uno de mis profesores en superior, que nos decía; si fuese posible viajar en el túnel del tiempo y un ciudadano del siglo XVIII nos visitara, se quedará realmente admirado, perdido por los avances alcanzados en ciencia y tecnología, pero donde seguro se sentirá cómodo es en el salón de clase, pues es lo que hasta entonces no ha variado mucho. A pesar de los esfuerzos que está realizando el Ministerio de Educación peruano, todavía observamos que el mayor trabajo en aula lo realiza el docente, como si con ello garantizáramos que el joven se está preparando “para la vida”.

Durante los aproximadamente 20 años que significan nuestros estudios en los cuatro niveles que implica la educación, sin duda “hemos aprendido mucho” pero estos aprendizajes no los recordamos. El cerebro tiene una enorme facilidad para eliminar lo inútil, todo aquello que no volvemos a utilizar en nuestra vida. La memoria y el aprendizaje van íntimamente ligados a las emociones. Si esto no hemos tenido cuenta al momento de enseñar, ¿cómo pretendemos que esos aprendizajes garanticen un buen recuerdo y mucho más, el éxito en la vida?

Necesitamos redefinir el papel del docente, empezar por instalar en los jóvenes el amor por aprender y seguir aprendiendo aún en vacaciones. Enseñarles a formular preguntas, más que respuestas exactas, verdaderas. A ser curioso por todo, a trabajar en equipo, trabajo colaborativo y comunidades de aprendizaje. A hacer un buen uso de las TICs y desarrollar, por supuesto, nuevas habilidades, capacidades que le permitan insertarse y adaptarse al cambio constante que es característico en nuestras sociedades. Pero esto solo se logra si somos ejemplo de vida. Partamos primero por interiorizar todo esto que deseamos para nuestros estudiantes y cuando lo hayamos hecho propio, recién con nuestro actuar, podemos exigir que lo realicen. Hechos y no palabras. Y un ingrediente principal, hacerlo con la pedagogía del amor. Sin duda que tendrán un recuerdo imperecedero de sus maestros.

Ya Javier Martínez Aldanondo en Gestión del conocimiento, nos lo manifiesta de singular manera, de quien me he inspirado para recrear el presente artículo. Nos queda el reto de asumir estos cambios e ir introduciéndolos en nuestro quehacer pedagógico, ya que cotidianamente, muchos de estos recursos, los empleamos casi sin darnos cuenta.


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